La ciudad de las farolas rotas

Territorio hostil

Depende de para quién. Depende de dónde estuviese tu casa, tu piso. 
De si era de ladrillo rojo o estaba en la parte alta de la avenida. 
La fuente está sin agua y rota. No es el centro de la ciudad. Sin embargo, marca la línea invisible entre los que pueden y los que no. Desde ahí, hacia arriba, hacia la derecha, eres rico. Pudiente.


Hay ciudades que respiran. Esta no. 
La ciudad de Rabia y libertad no se expande, no florece. Se contrae. Se asfixia. 
Y en ese ahogo constante, sus habitantes aprenden a vivir con la lluvia. Es como cuando alguien aprende a convivir con el miedo. Lo hacen sin esperanza de que escampe.


Cuando empecé a escribir esta novela, entendí que el escenario no era solo un fondo. Era una fuerza. Un espejo. Un peso. 
Lo que ocurre en Rabia y libertad no puede contarse sin sentir el pulso húmedo y gris de sus calles.

Eduardo, Aitor, Nando… todos respiran el mismo aire viciado. Cada uno busca un resquicio para sobrevivir en una ciudad que no deja de apretar.

Una ciudad sin cielo

Llueve casi todos los días. No es tormenta, es rutina. 
Los charcos no se secan. Las aceras están siempre mojadas. 
El cielo, cuando se deja ver, es de un gris inmutable. 
No hay estaciones, solo una humedad perpetua que cala en los huesos y en las decisiones.


Los árboles son pocos. No hay verde. No hay aire. Solo cemento, metal y cuerpos que se rozan sin mirarse. 
La ciudad está llena, pero nadie se toca. 
Nadie se fía. Nadie se detiene.


A veces pienso que todos hemos vivido, en algún momento, en una ciudad así. 
Quizá no tan literal, pero igual de gris. 
Un lugar donde el ruido tapa el pensamiento y el miedo al cambio se disfraza de normalidad.

Lo que aprendí de la ciudad gris

Oír, ver y callar. Obedecer. Portarse siempre bien. No salirse del camino marcado. 
Crecer en un entorno que premia la obediencia te enseña algo cruel: el silencio se hereda. 
Volví a caminar por esa calle —la misma de mi infancia— mientras escribía las primeras escenas. 
Me sentí igual de pequeña, aunque las paredes parecían más viejas, más frágiles.
Esa sensación se convirtió en la textura del libro: la vulnerabilidad disfrazada de rutina.


En Rabia y libertad, el poder no grita, pero siempre está. 
Policías que vigilan. Comisarios que manipulan. 
El miedo no viene de lo que pasa, sino de lo que podría pasar. 
La arquitectura misma es control: calles estrechas, edificios altos que impiden ver el horizonte, plazas vacías. 
Una ciudad hecha para separar. Para aislar. Para silenciar.


Los rebeldes rompían farolas, y en la oscuridad, alguien escribía «Libertad» con pintura blanca. 
El mensaje brillaba unos minutos antes de volver a ser tragado por la lluvia.

Eduardo y la ciudad: un reflejo mutuo

Eduardo no nació para liderar, pero la ciudad lo empuja. 
Su rabia no es solo suya: es la de quienes ven su entorno transformarse en una cárcel sin barrotes. 
La de quienes fueron usados, traicionados, olvidados. 
La ciudad lo moldea, lo endurece, lo obliga a elegir. 
Y su grito de libertad, es un grito lanzado sabiendo que quizás nadie lo escuche.

Un escenario real

Quise que el lector sintiera el peso de esta ciudad desde la primera página. 
Que la humedad se colara entre las frases. 
Que el gris tiñera los diálogos. 
Que el silencio respirara entre párrafos. 
Porque esta ciudad no se describe: se vive, se sufre, se resiste. 
La atmósfera es cinematográfica, sí, pero no para embellecer. Sino para intensificar. 
Para que cada imagen mental pese. 
Para que el lector avance con la misma sensación de encierro que los personajes.


Mientras escribía Rabia y libertad, comprendí algo: 
no estaba solo creando un lugar. 
Estaba construyendo una advertencia.

¿Cómo es tu ciudad?

Porque no es solo ficción. 
Una persona no elige dónde nace, pero puede decidir cómo mirar el lugar que habita. 
Esta ciudad es una metáfora de muchas otras. 
De las que existen. 
De las que se están gestando. 
De las que no vemos porque ya nos acostumbramos a ellas. 
Rabia y libertad no es solo una historia de personajes: 
es una historia de espacio, de atmósfera, de resistencia cotidiana.


Aunque su escenario sea inventado, sus raíces están en lo real. Están en nuestras rutinas, en nuestras calles y en las pequeñas renuncias que damos por normales. 
en nuestras rutinas, en nuestras calles, en las pequeñas renuncias que damos por «normales».


Te invito a mirar alrededor. 
A preguntarte si la ciudad que habitas te deja respirar. 

Rabia y libertad disponible el 12 de diciembre de 2025.


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